Nutridos por las descripciones románticas de los paisajes pirenaicos, los viajeros se enfrentan en realidad a un espectáculo muy distinto en cuanto lleguen. De hecho, representan una verdadera fuente de ingresos para los habitantes del lugar, y por tanto, son objeto de continuas peticiones de dinero y diversas formas de mendicidad ocasional. En los guías y relatos abundan los detalles y advertencias. Un pastor cualquiera intenta vender una escudilla de leche y hasta los niños ofrecen flores, ramos y mariposas a cambio de dinero. Sin vergüenza alguna, casi con distinción, un anciano sentado ante su casa tiende la mano al pasar un turista. Niños y muchachas hacen lo mismo.

La visita de la cueva Bonnecaze constituye un sainete absurdo. El propietario vende a los turistas pedazos de carbonato de calcio que son la esencia de las estalactitas y que extrae del suelo por encima de su cueva, matando por ende a la gallina de los huevos de oro. Como los 2 francos que le da Houbigant le parecen insuficientes, tilda a sus visitantes de “artistas” pensando de este modo herir su amor propio, lo que sólo provoca las risas de Houbigant y de su compañero.

La cueva de bonnecaze, volumen 1, página 190
La cueva de bonnecaze, volumen 1, página 190

En la perspectiva del retorno, los turistas pueden procurarse fácilmente variados recuerdos. Además de las muy numerosas litografías que son compradas en forma de recopilación o al detalle y de las que el Diario de Houbigant consta una cuarentena, las tiendas de los balnearios comercializan colecciones de muestras geológicas, los vendedores ambulantes pieles de oso y cuernos de gamuza. En Laruns, se
compran trajes auténticos de Ossau o retales para convertir en vestidos de regreso a París. El Guía Moreau indica a los señores que pueden sin dificultad completar su panoplia del perfecto nativo de Ossau: “Para tener garantizado un éxito descomunal, y dar a su travestismo un estilo inimitable de verdad y originalidad, compre un flageolet que vale 6 sous para un montañero, pero que se le venderá 30 sous en calidad de extranjero (al igual que cualquier cosa.) (…) Diga a Sacaze que manda a confeccionar para usted (lo que cuesta 10 francos) un tamboril; luego le enseñara a tocar en este instrumento y el flageolet todas las melodías de la montana, de las que le entregará una transcripción si fuera necesario. Después de dos clases de Sacaze, había llegado a ser virtuoso; y, pese a eso, confeso avergonzado que no tengo el instinto musical muy desarrollado”.

En Laruns, se compran trajes auténticos de Ossau o retales para convertir en vestidos de regreso a París.

Música y baile también participan plenamente en esta economía. Por medio de su guía, particularmente al mayor de los Esterles, uno contrata a bailadores por 20 francos.  Los niños negocian sus bailes con los transeúntes y los ménétriers [músicos ambulantes] “alargan la mano” en los restaurantes.

Baile en Eaux-Bonnes. Tomo 1, página 288
Baile en Eaux-Bonnes. Tomo 1, página 288

En una escala más grande, Houbigant describe los festejos grandiosos que turistas pudientes encargan y financian. El que organiza el conde de Castellane el 8 de agosto de 1842, la víspera de su partida de las termas, incluye varios juegos, una carrera en la montaña y un concurso de canto. Los participantes, todos autóctonos, reciben suntuosos premios en metálico o adornos. Un cubilete de plata recompensa al vencedor de la carrera en la montaña. Para la carrera de huevos, cada vencedor recibe una pieza de 20 F “precio de un par de botas muy bonitas que en Eaux-Bonnes todos ambicionan poseer.”

Fiesta de pueblo ofrecida por el Conde de Castelanne. Tomo 1, página 284
Fiesta de pueblo ofrecida por el Conde de Castelanne. Tomo 1, página 284

"Un concurso de canto es también organizado. Dos pueblos se enfrentan, seis cantantes, tres hombres y tres mujeres a cada lado, que cantan La haut sus la montanha, la célebre canción de Cyprien Despourrins."

Otro juego ofrece por su parte “preciosas cinturas rojas de las cuales una era en seda de España” a título de recompensa. Un concurso de canto es también organizado. Dos pueblos se enfrentan, seis cantantes, tres hombres y tres mujeres a cada lado, que cantan La haut sus la montanha, la célebre canción de Cyprien Despourrins (1689-1759) que en esta época se convierte en un verdadero himno de los Pirineos. Se les ofrece asimismo “doce bonitos pañuelos de seda, para corbatas y pañoletas según el sexo”. ¡Adornos que embellecerán las galas de los días de fiesta! Viene a continuación el momento de los bailes: branles, saltos, cuadrillas. Algunas personas de la sociedad bailan por su parte, “disfrazadas de osaleses de ópera cómica o de españoles”. Luego, para completar la fiesta, el conde de Castellana mandará distribuir vino “a los pueblos de la montaña, ramos, helados y pasteles a los demasiado civilizados.”

Fiesta de San Juan. Tomo 1, página 279
Fiesta de San Juan. Tomo 1, página 279

Houbigant también describe la fiesta que ordenó Coudurat, un osalés quien hizo fortuna en Rusia. Regresa a Laruns que ya ha dotado con una fuente y se hace cargo de todos los gastos de la fiesta, pagando a los ministriles y un tonel de vino. Incluye en su éxito a su familia que permaneció en el país. Viste a su sobrina con un suntuoso traje osalés – un capucho del mejor terciopelo rojo, ribeteado de un galón de oro – y abre el baile con ella, mientras su mujer y su hija con vestidos rusos tradicionales están en primera fila, junto a los ediles locales.

 

Jean - Jacques Castéret
InÒc–Aquitaine / Laboratoire ITEM de l’UPPA